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Desde la librería social de Fundación Juanjo Torrejón queremos recomendar en esta ocasión La invención de la soledad, de Paul Auster, un libro profundamente íntimo y conmovedor que nos sumerge en el duelo, la ausencia y el poder de los recuerdos. Así, el equipo de voluntariado ha elegido esta obra para el mes de febrero con el objetivo de acercaros mes a mes a este rincón cultural gracias al cual conseguimos recaudar fondos para el mantenimiento de los proyectos sociales en los que trabajamos:

“Paul Auster empezó a escribir La invención de la Soledad el mismo día que recibió la noticia de la muerte de su padre. Como tantos otros hombres de su edad, su padre era una persona callada, de costumbres fijas, que vivía solo y al que sus hijos apenas veían.

Librería Social Fundación Juanjo Torrejón

Y a pesar de esa distancia, qué hueco tan grande es capaz de dejar.

El libro empieza en el momento en que Paul llega a la casa de su padre y tiene que empezar a hacerse caso de sus cosas. “Cosas” es una palabra rara, porque cuando se habla de un padre recién desaparecido, los objetos no son solo cosas. Un cepillo de dientes gastado, conservado durante años junto con las fotos infantiles, debe tener un significado que ya nadie sabrá explicar. O, también, ¿para qué guardar entre servilletas un billete de avión con destino desconocido, solo uno, o las medallas ganadas en una guerra maldita y odiada?

Paul Auster querría hacer hablar a las “cosas”, y, en cierta forma, en este libro lo consigue.

Los recuerdos que su padre dejó tras de sí, como si fueran rastros, sirven para reconstruir su pasado, el de todas las generaciones de la familia Auster que peregrinaron por la horrible Europa del siglo XX. Es como volver a pasar una cinta de vídeo que vimos hace mucho tiempo, a la que apenas habíamos prestado atención en su momento, como música de fondo, pero de la que ahora intentamos no perder detalle, como si nos fuera la vida en ello.

Dicen que una persona no desaparece del todo mientras aún haya alguien en la Tierra que mantenga su memoria. Yo estoy de acuerdo. Paul necesita diseccionar cada armario y cada caja para que la memoria de su padre se le quede pegada a la piel y le acompañe para siempre, para evitar caer en el pozo de una soledad sin retorno.

En abril hará un año que Paul Auster nos dejó huérfanos a sus lectores. Pero ya conocemos la fórmula para reinventar esa soledad compartida: de vez en cuando podemos volver a coger sus libros, releerlos y recuperar por unos días la memoria de un hombre brillante, valiente, que expresaba como nadie lo difícil que es saber abrirse un lugar en el mundo”.

r.raiz., voluntario de la librería social de Fundación Juanjo Torrejón.